lunes, 15 de septiembre de 2014

Reflejos y transparencias en el lago










Uno cambia, irremediablemente, con el paso del tiempo.
En el caso de su relación con la fotografía, también.
Y es cuando viajo -por la dedicación, por el tiempo- cuando más me paro a analizar esos cambios, ese devenir, esa diferente manera de enfrentarse a la captura fotográfica.

Para mí, siempre fui un recolector paciente, un fotógrafo tranquilo.
Muy pocas fotos, mucho mirar entre medias, bastante de dejarse llevar por lo que va aconteciendo.
En general con la cámara colgada y lista, pero ejecutando sólo cuando lo veía preciso.

Ahora, cada vez más, me da pereza sacar la cámara. No me preguntéis por qué. No sé si es coyuntural o consecuencia de un desarrollo determinado. Pero es así.
Pero eso sí, si la saco, la saco. A saco.
Una vez que veo la escena, la situación, el momento inevitable, me vuelco con ello.
Pueden pasar dos días sin echar una sola fotografía y en diez minutos tener doscientas.
Ya digo que no hay razones. Así son las cosas y las acepto como vienen.

Fruto de esa vorágine de un momento, surgió esta serie.
En un parque de Bucarest, unos niños jugaban en el lago dentro de una bola de plástico transparente.
Y lo vi.
Lo sentí.
Ahí había una foto. Quién sabe si más.

Todo lo demás fue lo de siempre: mirar, jugar, encuadrar, seguir, componer, acompañar.
Dejarse llevar por el agua, los reflejos y el movimiento inasible.
Volverse un poco loco, y después descansar.